La historia, que podría ser parte de un sketch de Capusotto o de un thriller rural con aroma a medialuna, comenzó con una amenaza: “hacer públicas las imágenes por todo el pueblo” si no cumplía con sus exigencias. La lista de demandas incluyó transferencias de dinero, productos de panadería y, según trascendió, un pionono que aún se investiga si era con dulce de leche o crema pastelera.

El hombre, cuya identidad se mantiene en reserva para evitar que lo reconozcan en la cola de la panadería, soportó tres años de chantaje hasta que dijo “basta”. Denunció a Distel ante la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio N°5, a cargo del fiscal Marcelo Romero, y desde allí se activó una investigación que culminó con la detención de la masajista en su casa del barrio Villa Iris.

Durante el operativo, llevado adelante por la SubDDI de Puán junto a la comisaría local, se secuestraron elementos clave como un teléfono celular, documentación y —aunque no fue confirmado oficialmente— varios envoltorios de masas finas. El delito que se le imputa es extorsión, previsto en el Código Penal con penas que van de cinco a 10 años de prisión, sin descuento por bizcochuelo.

El caso generó conmoción en Puán, un pueblo de poco más de seis mil habitantes donde “el chisme corre más rápido que la fibra óptica” y donde muchos aún no pueden creer que la conocida masajista también trabajara como cobradora gastronómica a domicilio.

Ahora, la Justicia intenta determinar si hubo más víctimas de esta modalidad, que combina el arte del masaje con la técnica de presión azucarada. Mientras tanto, Stella Maris Distel permanece detenida, sin postres ni visitas, a la espera de su indagatoria.